Los dinosaurios son objeto de fascinación a cualquier edad. Stephen Jay Gould cuenta que le llevaron a una exposición de dinosaurios cuando tenía cinco años y regresó del museo con la firme voluntad de hacerse paleontólogo. Andando el tiempo llegó a ser uno de los más brillantes paleontólogos y divulgadores científicos del último tercio del siglo XX y sus libros se siguen leyendo con deleite y aprovechamiento.
Lo recordé en mi breve conversación con un alumno de cinco años de un colegio rural. El niño estaba jugando con dinosaurios de plástico, una forma de aprovechar unos minutos libres entre el final de las clases y la comida. Pepe, el director, ya me había dicho que el chico dominaba con soltura el tema, así que me acerqué a preguntar.
¿Cómo se llama este dinosaurio?
- Respondió sin mirarme.
¿Y éste?
- Ahora me miró y supe que le estaba interrumpiendo.
Acompañó su tercera respuesta con el gesto inconfundible del experto a quien aburren las preguntas demasiado obvias:
- ¡Triceratops!
No necesité más para saber que debía dejarle jugar tranquilo.
Jugaba con dinosaurios. Le gustaban, le interesaban los dinosaurios. Es posible que este niño en particular también tenga interés por conocer los árboles de su pueblo, o los insectos, los anfibios o los diversos vertebrados que se va encontrando en el camino al colegio o cuando sale al campo en su tiempo libre. Hablamos de un pueblo rural y es seguro que sabe mucho más de la vida silvestre que cualquier escolar urbano de su misma edad.
Algunos de aquellos dinosaurios fueron los mayores organismos terrestres durante un tiempo tan extenso, más de 150 millones de años, que resulta inimaginable. El descubrimiento de sus enormes huesos fosilizados llevó de la sorpresa a la incredulidad, del estudio a la fascinación, de ser considerados torpes monstruos a ser valorados por las características anatómicas, fisiológicas y conductuales que les reportaron su enorme éxito, interrumpido solo por algo inesperado y absolutamente ineludible. Las maravillosas reconstrucciones cinematográficas de Spielberg los pusieron de moda hace treinta años y ahí siguen aún.
No atribuyo el éxito de los dinosaurios en nuestras mentes solamente a la moda. Fueron seres absolutamente impresionantes, (cualquier organismo merece tal juicio, pero la admiración que nos producen los dinosaurios es excepcional), ocuparon las cúspides de gran número de ecosistemas de toda la Tierra y superaron dificultades y cambios en nuestro planeta que ni siquiera llegamos a sospechar. Los seres humanos, que casi seguro existimos gracias a su desaparición, seríamos necios si dejáramos de admirarlos.
Rosa
Rosa no se llamaba Rosa. Es verdad, en cambio, que fue una de mis alumnas más interesantes del curso 2012-2013. Asistía a todas las clases, tomaba apuntes, era respetuosa y hacía preguntas pertinentes no exentas de inteligencia. No obstante, aquellas preguntas me indicaron ya desde el principio que su conocimiento de la materia era mediocre y que tenía grandes lagunas en su formación científica, al menos en Biología y Geología. El trato académico que tuvimos durante la breve temporada en que coincidíamos hora y media dos días a la semana me permitió comprobar cómo se esforzaba en aprender y cuan arduo le resultaba el estudio. Cuando, en la entrega de las tareas o comentando sobre alguna duda, le pregunté su opinión sobre la materia y sobre mi estilo docente, respondió que tenía dificultades para aprender los contenidos, con los que no estaba familiarizada ya que se había considerado «de letras» durante toda su vida, y que mi trabajo le parecía correcto, incluso bueno. Con el paso de los meses tuve ocasión de ver cómo iba superando algunas dificultades y cómo tanto sus notas como su confianza mejoraban paulatinamente.
Durante el curso solía plantear unas ocho tareas breves y dos trabajos más largos. Uno de ellos consistió en lo que denominé “Estudio de una cuestión científica”[1].
Planteé la actividad pensando en personas como ella, que se consideraban “de letras”. Sin comerlo ni beberlo se encontraban con una asignatura científica que les incomodaba porque no cuadraba con su identidad cultural y les daba miedo porque no sabían si podrían superarla. Estudiar un caso de interés científico, a menudo también relevante desde el punto de vista social, era un recurso destinado a facilitar la aproximación a las “ciencias”. De acuerdo con esa intención pedía a cada estudiante que eligiera una cuestión de un amplio listado expuesto en el aula virtual. Era posible añadir nuevas cuestiones si alguien lo solicitaba, previo acuerdo conmigo. Se trataba, en definitiva, de llevar a cabo una tarea de indagación sobre un tema científico que tuviera al menos cierto interés personal. En un curso de introducción a la ciencia es fundamental mostrar que el conocimiento científico importa, que forma parte de nuestra vida y, puestos a desear, que la acostumbrada división del conocimiento en letras y ciencias es una incorrección cada vez más insostenible.
Rosa comenzó la tarea de la forma habitual, con un escueto correo electrónico en que me comunicaba su elección:
“Elijo el tema de ¿los humanos y los dinosaurios vivieron al mismo tiempo? para el trabajo 2.
El tema estaba en la lista y no lo había escogido nadie con anterioridad, así que le remití el correo de confirmación acostumbrado:
“Hola, Rosa, te reservo el tema “¿Los humanos y los dinosaurios vivieron al mismo tiempo?” Quedo a tu disposición para atender cualquier cuestión relacionada con este trabajo.
Desde mi punto de vista, era un asunto que no tenía mayor dificultad. Se trataba de seguir el guion, buscar la información pertinente y presentar una redacción correcta con una conclusión bien argumentada. Aquel final de curso recibí unos ochenta trabajos de muy diversa factura, en general aceptables, algunos de mayor enjundia, y tuve que atender un ingente número de correos electrónicos relacionados con ello.
No tuve más noticias de ella ni de su trabajo en varias semanas. Tampoco cuando acabó el plazo de presentación establecido. Por eso, añadí una segunda respuesta a su último correo con este recordatorio:
“Acabo de revisar la documentación y no me consta que hayas entregado el informe correspondiente al Trabajo 2. ¿Podrías comprobarlo?”
Ella, a su vez, escribió:
“… perdón por el retraso, pero no me ha sido posible enviártelo antes. Te envío también la presentación.”
Recibí el trabajo al día siguiente en el aula virtual.
Pasé varios días ocupado en la lectura de otros trabajos recibidos. Es ingrato pero necesario leer y corregir con atención los textos del alumnado. En general eran buenos y alguno rayaba en la excelencia. Incluso los trabajos mediocres merecen algún respeto debido al esfuerzo invertido en su elaboración y suelen ser los más necesitados de crítica razonada y de apoyo. Hubo, ciertamente, un par de trabajos que no lo merecieron. Y luego, en categoría aparte, estaba el informe de Rosa.
Mal
En su escueto capítulo de conclusiones, Rosa había escrito:
“Después del trabajo realizado y consultar diferentes fuentes de información, llegamos a la conclusión que aún en la actualidad no se sabe con certeza si dinosaurios y seres humanos convivieron o no.
Hay diferentes pruebas tanto a nivel científico como a nivel religioso como podéis haber observado y todos son medianamente fiables.
Podemos decir que a estas alturas del siglo XXI la puja queda abierta, ya que depende de los pensamientos e ideologías de cada uno se aferrará a una respuesta u otra.
Cada vez más y con los avances de la tecnología se están haciendo representaciones que simulan la situación de convivencia con “tan simpáticos animalitos” pero la tensión está servida.”
Sorprendido y defraudado, releí varias veces los cuatro breves párrafos. Me fijé en algunos puntos clave:
- En el primero utilizaba la palabra certeza, que puede considerarse ajena a la ciencia[2].
- En el segundo ponía en plano de igualdad pruebas a nivel científico y pruebas a nivel religioso en una cuestión netamente científica; pero, ¿qué son las “pruebas a nivel religioso”?[3] Y, ¿cómo había decidido que eran medianamente fiables?
- En el tercer párrafo, consideraba la cuestión como una “puja” y hacía depender la respuesta “de los pensamientos e ideologías”.
- El cuarto párrafo, pretendidamente gracioso, venía a recordar la profusión de imágenes mediáticas que muestran humanos junto a dinosaurios. Su final, “la tensión está servida”, era de un tenor que, en primera lectura, me pareció de autosatisfacción, quizá por haber acabado la tarea.
Con tales conclusiones, su trabajo no podía merecer el aprobado. Los dinosaurios se extinguieron hace unos 65 millones de años y el género Homo apareció hace poco más de 2 millones de años. No hay dudas al respecto en la literatura científica.
La búsqueda de información en internet
Tuve que dedicar tiempo a averiguar qué camino le había llevado hasta allí. La mayor parte de sus referencias procedían de internet. Afortunadamente, me había hecho caso citando referencias identificables y pude acceder a la mayoría de los documentos que había utilizado. Desafortunadamente, había ido a buscar al lado oscuro.[4]
Gran parte de sus citas eran religiosas. En una de ellas, por ejemplo, hizo uso de una traducción de la Biblia[5], que empleaba términos como behemot y leviatán[6] para, a continuación, afirmar que podrían ser dinosaurios. A partir de ahí, daba por sentado que lo eran o consideraba sembrada la duda de si algunos testigos los habían visto personalmente. Los mismos textos en la versión católica Nácar-Colunga[7], emplean los términos hipopótamo y cocodrilo respectivamente, menos fantásticos y nada susceptibles de ser tomados por dinosaurios. En cualquier caso, emplear términos mitológicos de atribución imprecisa como behemot y leviatán para afirmar sin más que se trataba de dinosaurios o quizá lo fueran es una forma de razonar inaceptable para cualquier propósito, científico o no, (excepto, quizás, para la fabulación fantástica).
El informe daba cuenta también de algunos textos científicos genuinos a los que parecía atribuirse olímpicamente el valor de prueba de que dinosaurios y humanos coincidieron en el tiempo, aunque mi paciente lectura de los textos no me permitió llegar hasta allí. Cualquier hallazgo sorprendente, cualquier detalle inesperado, con independencia de su contenido, podía servir para apoyar la aseveración más conveniente. En algunos casos bastaba con citar el artículo, sin más detalles, para dar la impresión de que apoyaba sus conclusiones, algo que, invariablemente, no sucedía. Valga como muestra el caso citado en Nature[8] de una población rural de Estados Unidos en que un fósil clasificado anteriormente como dinosaurio había sido recalificado como Mosasaurus para irritación del sector turístico local. Comprendo que la palabra dinosaurio es mucho más comercial, pero ignoro qué relación puede tener esta noticia con el problema a abordar en esta tarea académica y la redacción que recibí no se molestaba en explicarlo.
Completaba la mezcla una breve colección de dibujos esquemáticos de distintas culturas antiguas con algún parecido a dinosaurios que interpretaba, alegremente, como prueba de la coexistencia.
Reconsideración
De no mediar una opción religiosa que determinara verdades indiscutibles en el conocimiento de la naturaleza, decididas por tanto fuera del ámbito científico, era fácil entender que Rosa se había perdido en la red de redes y había ido de enlace en enlace “descubriendo” cosas inesperadas, interesantes y sugerentes. Es seguro que, como estudiante, había hecho alguna tarea semejante, pero en este caso carecía de conocimientos previos y también del sentido crítico necesario para valorar las afirmaciones y los argumentos de las páginas web recorridas.
Escribí para explicarle que en su trabajo daba una respuesta incorrecta a la luz de los conocimientos científicos actuales y que, por tanto, no iba a conseguir ni siquiera un aprobado. A continuación, añadí unas indicaciones que consideré útiles para obtener información fiable en internet[9]:
“Si queremos encontrar información fiable sobre tu tema, (y en general sobre cualquier tema) es conveniente, para empezar, no creer las afirmaciones de cualquier escrito si no tenemos algún indicio de que son dignas de confianza. Cada afirmación debe ser coherente con los conocimientos bien afianzados en relación con el tema y conviene comprobarla en distintas fuentes.
Los documentos oficiales de departamentos universitarios, organismos internacionales reconocidos, instituciones educativas de prestigio, asociaciones académicas y editoriales de libros de texto suelen ofrecer información válida. Incluso en ellos puede haber información errónea, pero es menos probable.
Algunas personas concretas bien conocidas en su campo de estudio tienen páginas con información muy válida, pero es difícil saberlo si no se conoce bien el tema y en caso de duda puede ser prudente hacer una comprobación de las afirmaciones o descartarlas. En algunos trabajos anteriores de tu grupo y de otros grupos, he leído frases incorrectas que, según comprobé, se repetían al pie de la letra en varios portales de internet, señal de que alguien cometió el error y el resto no hizo más que copiarlo.
Recuerda que hay algunos libros de divulgación seria sobre dinosaurios que recomendé para el trabajo de Lectura Científica[10].
Por cierto, cuando pongo «dinosaurios y humanos» en el buscador de internet sale, sobre todo, desinformación.” [11]
Confieso que no me siento completamente satisfecho con estas indicaciones. Internet contiene una mezcla heteróclita de informaciones donde cabe cualquier opinión y su contraria, cualquier descripción cabal de un hecho y múltiples versiones falsas del mismo. Dentro y fuera de internet, no es fácil dictar normas que supriman el riesgo a la hora de otorgar la confianza, pero es mejor mantener cierta prudencia, incluso cierto escepticismo, que aceptar ingenuamente las afirmaciones de cualquier página web por bonita o sugerente que sea. En esa dirección apuntan estas indicaciones.
Final provisional
Al día siguiente su respuesta trajo información interesante. En primer lugar, se sorprendió mucho de que las páginas que había consultado no fueran científicas, si bien reconoció que había recogido la información de los primeros enlaces que le mostró el buscador y de allí fue siguiendo otros enlaces que se le ofrecían. En segundo lugar, aceptó sin la menor protesta que no podía aprobar, dado que su conclusión era opuesta al consenso científico sobre el problema planteado.
A continuación, añadió:
“Por favor, me encantaría saber dónde puedo sacar información que sea cierta sobre mi tema porque ya no sé dónde mirar y no me quedó bastante claro después de tu correo. Espero que me subas un poco la nota, aunque sea porque me costó lo mío buscarlo en varios sitios, leerlo, compararlo y entenderlo. Gracias.”
Su respuesta y la breve conversación mantenida tras una de las sesiones de clase me reafirmaron en la opinión de que Rosa no actuó dirigida por una opinión previa, sino que actuó de forma errática llevada por una notable ignorancia sobre el tema, a pesar de haberlo escogido, y un muy escaso sentido crítico. En su opinión, no había hecho más que buscar información en internet, tratar de entenderla y componer un texto como buenamente pudo. Se le había pedido eso, así que era comprensible que no se sintiera culpable por haber trabajado mal, sino engañada por la red de redes, e incluso se animara a sugerirme que le subiera un poco la nota, sin salir del suspenso que aceptaba como merecido.
Uno de los libros del incomparable Stephen Jay Gould lleva el genial título “Un dinosaurio en un pajar”. Rosa, simplemente, se perdió en el pajar. Y su profesor nunca se hubiera enterado de sus dificultades si no hubiera planteado una tarea en la que ella tuviera casi toda la iniciativa.
© Sensio Carratalà Beguer
NOTAS
[1] https://sensio.com.es/actividad-estudio-de-un-caso/
[2] Cada explicación científica es provisional. Siempre cabe esperar que el futuro aporte una explicación mejor para el mismo hecho. Cada afirmación científica debe ser contrastada, puesta a prueba, cada resultado podría ser refutado o reinterpretado. En el trabajo científico se debe aceptar con deportividad la sustitución de una teoría por otra que se haya mostrado mejor y así sucesivamente.
En la actualidad, hay muchos conocimientos científicos tan repetidamente contrastados que resulta muy difícil imaginar su refutación por otros muy distintos. La Física de Einstein, por ejemplo, no alteró la funcionalidad de la Física de Newton. Nuestra sociedad tecnológica confía en la eficacia de multitud de conocimientos científicos que se ponen a prueba cada día. El éxito de la ciencia en su tarea de conocer la Naturaleza es indudable, en gran medida por su disposición favorable a cuestionarlo todo.
[3] Los textos sagrados religiosos contienen a veces afirmaciones sobre el medio natural, pero no las hay sobre dinosaurios.
[4] Me refiero a que la gran mayoría de sus referencias procedían de páginas religiosas, no científicas. Las referencias de un trabajo científico escolar deben ser sobre todo documentos científicos, sin negar posibles aportaciones de otros ámbitos.
[5] Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.
[6] Behemot y Leviatán son nombres de grandes monstruos mitológicos citados desde la Antigüedad. Behemot es considerado cuadrúpedo terrestre, pero Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero afirman en el Libro de los seres imaginarios que cuando el mito llegó a Arabia fue transformado en un enorme pez que habita en un agua sin fondo y sostiene la tierra y los siete cielos. Leviatán, símbolo del mal, es animal marino, serpiente, dragón o pez. Ambos aparecen en el libro de Job y han recibido descripciones muy diversas. El libro de Enoc, aceptado por la iglesia cristiana copta, los describe como una pareja de dragones. Massimo Izzi, en su Diccionario Ilustrado de los monstruos, cuenta que en 1987 Roy Mackal jugó con la idea de que Behemot fuera un dinosaurio. La interpretación zoológica racionalista considera que Behemot es un hipopótamo (o acaso un elefante) y Leviatán podría ser un cocodrilo o una ballena. Hay muchas más interpretaciones…
[7] La versión de la Biblia de Nácar y Colunga es una de las más conocidas en España y es la que tuve a mano para contrastar los textos citados.
[8] Nature es una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo. La simple inclusión de una cita de Nature puede conferir un aire de seriedad y rigor… que se desvanece en cuanto se lee atentamente. Como se indica en el texto, la cita no tiene relación con el problema objeto de estudio.
[9] Se trata de un problema importante y no siempre fácil de resolver.
[10] https://sensio.com.es/actividad-leer-un-libro-cientifico/
[11] Acabo de hacerlo. Hay buscadores científicos que permiten evitar este problema.
Deja una respuesta