Parece que para que se forme una arruga en la frente hace falta fruncir el ceño más de 200.000 veces, lo que es casi tanto como decir que para obtener una arruga es necesario acostumbrarse a fruncir repetidamente el ceño. Tomando las cifras al pie de la letra, para que una persona adquiriese arrugas en la frente a la edad de veinte años debería ejercitar los músculos implicados unas veintisiete veces al día, lo que, a pesar de las apariencias, no es tan difícil. Conviene tener en cuenta que para decir una sola palabra movemos alrededor de setenta músculos. En realidad, siguiendo estos cálculos, es casi milagroso que no tengamos muchas más y más precoces arrugas.
A partir de aquí puede entenderse que a los cuarenta años, cada cual tenga “la cara que se merece”, según se cuenta.
Por si faltaba algo, en una curiosa experiencia, se mostraron fotos de personas que formaban parte de parejas las cuales habían convivido durante más de veinte años. Las fotografías estaban desordenadas y se pidió a un grupo de personas desconocidas que relacionaran las fotos de dos en dos tratando de descubrir las parejas reales. La gente solía acertar. Se podría sacar la conclusión de que, en una larga convivencia, las personas no solamente se acostumbraron a la forma de ser de su pareja, sino que aprendieron sus gestos, movieron, al menos parcialmente, los mismos músculos, y finalmente acabaron por obtener cierta semejanza en algunos rasgos faciales, lo que permitió que gente desconocida fuera capaz de detectar la semejanza y emparejar con corrección las fotos.
Lo interesante de esta experiencia es que muestra la existencia de hábitos, con gran probabilidad inconsciente, la existencia de su huella manifestada en el rostro (y detectable a través de una simple foto), y la existencia de una forma inadvertida de aprendizaje.
El hábito y el monje
El hábito no hace al monje, se dice; pero casi todos los refranes admiten que se les dé la vuelta. Así, se puede decir que el monje, después de todo, lleva hábito y que sin hábito parece menos monje. O que la indumentaria no es un elemento despreciable sin más. Los hábitos y uniformes tienen significados sociales indudablemente, como saben los departamentos de marketing de las grandes compañías dedicadas a la confección de prendas de vestir.
El hábito como indumentaria habitual no está tan lejos como a veces se piensa del hábito entendido como costumbre o repetición cotidiana de una serie de actos. Cada persona se presenta socialmente bajo la definición de ambos tipos de hábitos, el de su apariencia social y el de su ejecutoria a lo largo de la vida, en cuanto esta es conocida.
La consideración social de que goza una persona depende de la relación entre los valores de la sociedad y la conducta pública de la persona en cuestión. Todo el mundo pretende una cierta consideración social positiva, para lo cual trata de adaptarse en mayor o menor medida a la sociedad en que vive. De este modo, la sociedad llega a imponer a cada persona una serie de pautas de conducta, una serie de hábitos que se parece a las arrugas del rostro, y que permitirían asociar a cada cuál con su medio social.
El tiempo
Es difícil exagerar la importancia de los hábitos. La fuerza de la costumbre no es una metáfora sino una fuerza poderosa.
Los hábitos son útiles a menudo. Permiten adquirir habilidades, dominar técnicas, repetir procedimientos de forma fiable y eficaz. Simplifican la ejecución de tareas rutinarias y evitan el esfuerzo de pensar en gran cantidad de actividades que no requieren una atención especial. Gracias a ellos hacemos gran cantidad de tareas domésticas casi sin darnos cuenta.
Los hábitos se aprenden. No es que se pueden aprender, es que se aprenden. No podemos dejar de aprenderlos. Aprendemos, desde la niñez, a comportarnos de determinada manera en nuestras relaciones familiares, escolares y sociales en general. Según crecemos se nos forman arrugas en la conducta y, a partir de ahí, incluso se nos puede reconocer por ellas.
Los hábitos se construyen a lo largo del tiempo. Se puede decir que el tiempo es la materia de que están construidos los hábitos. Los hábitos son huellas del tiempo. Hace falta tiempo para adquirir los hábitos, y hace falta tiempo, y con frecuencia esfuerzo, para hacerlos desaparecer.
Los hábitos tienen consecuencias. Estas consecuencias están en relación con el tiempo. Si alguien se alimenta de forma fuertemente incorrecta o desequilibrada durante un día, su organismo apenas lo notará; si lo hace durante un mes el organismo tendrá que adaptarse de alguna manera; al cabo de un año es muy probable que se manifieste un problema de salud por esta causa; si transcurren treinta años en las mismas condiciones habrá daños graves con toda certeza.
A la hora de actuar se tiende a valorar lo inmediato. Si de una acción se obtiene una respuesta inmediata, es más fácil ser plenamente consciente tanto de la acción como de sus implicaciones. A medida que la respuesta se distancia de la acción, la consciencia se diluye. Si nuestros actos son habituales disminuye el nivel de atención que dedicamos a ellos. Prestamos, parece lógico, mucha más atención a las novedades que a las actividades consuetudinarias, que hemos asumido plenamente desde hace tiempo. En materia de salud, a largo plazo, la influencia de los hábitos es máxima. La cuestión merece ser tenida en cuenta: se trata de los actos a los que prestamos menor atención, cuya influencia aumenta con el paso del tiempo, mientras el hábito se mantenga. Es fácil, pues, ignorar las consecuencias que los hábitos tienen en la salud a pesar de que no hay nada que influya más en ella.
Favorecer la adquisición de hábitos saludables en el Centro Escolar
La cadena lógica, planteada desde el punto de vista de la Educación para la Salud, podría ser la siguiente:
· La educación debe ayudar a mejorar la vida de las personas
· La Salud es un bien deseable para todas las personas
· La educación debe esforzarse en mejorar la salud
· Los hábitos son conductas aprendidas que influyen en la salud
· Los hábitos pueden ser aprendidos
· La educación debe favorecer el aprendizaje de hábitos saludables
Hasta aquí el acuerdo puede ser más o menos general, ya que esta no es más que una de entre las maneras posibles de razonar sobre la justificación de un objetivo que a priori ya era deseable. Hay múltiples variables y consideraciones acerca de cómo abordar el tema del aprendizaje de hábitos en la escuela.
En el ámbito escolar, el proceso educativo se articula principalmente sobre la base de un curriculum constituido por una secuencia de contenidos a desarrollar en el aula mediante una serie de estrategias de enseñanza-aprendizaje.
Sin embargo, el aprendizaje de hábitos se produce, ya se ha indicado anteriormente, de forma inevitable en todas partes. No solamente en el aula, ni solamente ateniéndose a las previsiones de las actividades escolares formalmente establecidas en el curriculum. El aprendizaje de hábitos se produce en gran medida como consecuencia de la influencia ambiental. En los centros escolares se aprende mucho más de lo que está previsto en las programaciones de aula. Gran parte de este aprendizaje son pautas de conducta adquiridas de forma extracurricular. Ello hace patente la importancia de conseguir un ambiente saludable en todo el centro, no solamente en las aulas, para favorecer la adquisición de hábitos saludables.
Los hábitos no se adquieren en general mediante una intervención puntual, como pueda ser el desarrollo, por correcto que pueda llegar a ser, de una unidad didáctica sobre un tema de salud. Es excepcional que alguien adopte la costumbre de lavarse las manos porque esta conducta se haya aconsejado en el aula una sola vez. El aprendizaje de hábitos implica una prolongada repetición de la acción deseable, y puede verse favorecido por actividades asociadas que faciliten la comprensión de las razones que justifican la adquisición del hábito.
Una escuela es una escuela, y su capacidad de actuación e influencia son limitadas. Hay otras actuaciones e influencias que interactúan con las que se producen en la escuela. El tiempo que pasa el alumnado en la escuela es limitado (aunque las amistades hechas en la escuela y lo que se aprende en el ámbito educativo pueden ir más allá del ámbito escolar) y, en cuanto al aprendizaje de hábitos, los hábitos promovidos (de forma prevista o imprevista) por la escuela entran en relación con los que son favorecidos por la familia, los medios de comunicación y el entorno social considerado en sentido amplio. El aprendizaje de hábitos, como el resto del aprendizaje, queda matizado por múltiples circunstancias.
Finalmente, los hábitos forman parte de la conducta y la conducta es expresión de la libertad personal. La diferencia entre favorecer hábitos saludables e imponer los mismos hábitos, por muy loables que sean las intenciones, viene delimitada por el derecho de cada persona al desarrollo de su propia personalidad y a ser tratada con respeto por el sistema educativo. La adquisición de hábitos debe ser, en la medida de lo posible, consecuencia de una libre opción consciente en el ejercicio de la libertad. La educación, en general, no pretende otra cosa.
©Sensio Carratalà
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