La pregunta
Cuando fui profesor, procuraba iniciar alguna de las clases introductorias a la Astronomía con una pregunta fácil y aparentemente inocente:
¿En qué estación crecen los días, en invierno o en verano?
Tanto en secundaria, como en bachillerato, como en la universidad, casi todo el alumnado apostaba por el verano. Un par de veces, quizá tres, en un período de ocho años, una voz discrepante salió en defensa de la respuesta correcta:
“Yo creo que los días crecen en invierno y se acortan en verano.”
En realidad, bastaba con una versión más lacónica:
“En invierno.”
El caso es que, incluso sin saber nada de Astronomía, llegar a la respuesta válida es muy fácil. Una persona que dado catorce o más vueltas al sol ha acumulado en su experiencia personal los datos necesarios para resolverla.
El verano comienza el día del solsticio de verano, que es el día más largo del año. Por tanto, los días siguientes tendrán que ser más cortos. Como los días no van creciendo y menguando caóticamente, es fácil deducir que se van acortando a lo largo del verano. Si quedan dudas, cabe recordar que al principio del verano se hace de noche muy tarde, mientras que hacia el final del verano se hace de noche bastante antes. Quizá más fácil aún es pensar que cuando acaba el verano llega el otoño, que tiende a asociarse con noches largas.
Con algunas modificaciones, el párrafo anterior puede ser empleado a la recíproca para justificar que los días crecen a lo largo del invierno:
El invierno comienza el día del solsticio de invierno, que es el día más corto del año. Por tanto, los días siguientes tendrán que ser más largos. Como los días no van acortándose y alargándose caóticamente, es fácil deducir que van creciendo a lo largo del invierno. Si quedan dudas, cabe recordar a qué hora llega la noche al principio del invierno y comparar con el final de la estación, cuando anochece muy pronto y nos acercamos al día más corto del año. Quizá sea más fácil aún pensar en que al final del invierno llega la primavera, asociada a días luminosos y más largos.[1]
La equivocación
Y, si es tan fácil, ¿por qué se equivoca tanta gente?
La pregunta tiene interés y no es tan fácil de responder como parece a primera vista.
A la latitud de 40º Norte[2], aproximadamente, el verano es una época cálida que suele coincidir en buena parte con el período vacacional. Se hacen más actividades en la calle, en el campo y en la playa, incluso hasta altas horas de la noche. La mayoría de las personas viven más en contacto con el medio ambiente durante el verano, con la intensa radiación solar de las horas centrales del día y con los agradables atardeceres. El ambiente festivo contribuye a fijar la imagen luminosa del verano.
Por el contrario, el invierno trae un tiempo frío y laborable, en que la gente tiende a recogerse en casa y hace más actividades a cubierto. El invierno llega el día más corto del año, y las fiestas de Navidad, explotadas comercialmente como una sublimación de la noche y de la nieve, ayudan a fijar el concepto de invierno en los primeros días de la estación, que son precisamente los más oscuros. Las vivencias personales completan la sensación de que el verano es expansivo y positivo mientras que el invierno es limitante y negativo.
El enunciado de la pregunta inicial, no tan inocente como podría parecer a primera vista, juega con las asociaciones de verano y luz e invierno y oscuridad, que facilitan la asunción de las conexiones del verano con el día y el invierno con la noche. Pero, además, se pregunta por el crecimiento o decrecimiento de los días, no por su duración. En promedio, los días de verano son más largos que los días de invierno.
Dejada caer distraídamente, de forma inesperada, a modo de pretexto desenfadado para empezar amistosamente una sesión de clase, esta pequeña cuestión inocente y trivial reúne todos los ingredientes de una auténtica y eficaz trampa:
verano > luz > días largos > crecimiento (positivo)[3]
invierno > oscuridad > días cortos > decrecimiento (negativo)
y a pesar de que la pregunta se realiza en un entorno académico, año tras año las respuestas equivocadas se han ido repitiendo de forma abrumadora.
Las explicaciones
Por supuesto, la cuestión planteada, como cualquiera otra, es deudora del lenguaje. Hay una respuesta correcta completamente distinta, una forma de escapar por la tangente gracias a la duplicidad de significado de la palabra “día” que permite el equivalente a una enmienda a la totalidad:
“No hay crecimiento, todos los días tienen veinticuatro horas.”
Pero nadie utiliza esa añagaza. Eso podría entenderse de varias maneras, no excluyentes:
• la pregunta está bien formulada y no ha lugar a la ambigüedad,[4]
• las personas que responden están plenamente convencidas de que conocen la respuesta correcta y
• no utilizan conocimientos que ya tienen para asegurar la corrección de su respuesta antes de emitirla.
Una de las mejores virtudes de la pregunta planteada es, a mi parecer, que resulta muy fácil explicar tanto la respuesta equivocada como la correcta. Hasta donde llegué a conocer, casi el 100% del alumnado que respondió de forma errónea, aceptó su error de buen grado y, sobre todo, entendió por qué lo había cometido y de qué modo podía haberlo evitado.[5]
Propuesta
Por si acaso quiere usted probar, le dejo una pregunta gemela que nunca utilicé. Estoy convencido de que no llevará a los mismos resultados. Y también es interesante entender por qué.
¿En qué estación crecen los días, en primavera o en otoño?
© Sensio Carratalà Beguer
[1] Hay información relacionada en https://sensio.com.es/orbita-y-estaciones/ .
[2] Este comentario se hace tomando como referencia la latitud 40ºN, aproximadamente.
[3] Se emplea el tachado para evitar que, en una lectura parcial o apresurada, se crea que las dos cadenas de asociaciones, manifiestamente incorrectas, sean tomadas por verdaderas.
[4] La pregunta podría haberse formulado con mayor precisión: “En cuál de las dos estaciones siguientes crecen los días, en invierno o en verano.” Sin embargo, la opción escogida es más sencilla y no presenta problemas de ambigüedad.
[5] Este texto relata una experiencia de aula y no es en absoluto una investigación formal, lo que implica limitaciones obvias a la hora de obtener y extrapolar conclusiones.
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