Unos días después de comenzado el curso, Anselmo vino a presentarse en cuanto acabó la clase. Me explicó que su ausencia durante las primeras sesiones se debía a que le habían surgido problemas y que en adelante vendría con regularidad a las clases del nocturno. Luego… pasaron más de dos semanas hasta que volví a verle. Y desde entonces acudió con alguna regularidad, más o menos una vez a la semana.
No me sorprendió que suspendiera en su primer examen, pero sí me resultó inolvidable su manera de expresarse por escrito; para responder una pregunta sobre Tectónica de placas comenzó con una frase gloriosa: “Al principio los continentes estaban unidos formando una piña…”. A continuación, comenzó a desbarrar en todas y cada una de sus contundentes afirmaciones. La prudencia y la caridad aconsejan olvidarlas.
Le había hecho el examen en solitario, como una deferencia que no debía repetirse, en consideración a sus proclamadas múltiples tareas, o, en realidad, por mantener una buena relación inicial que le animara a acercarse al aula más a menudo. Buen intento. Cuando le di la nota ni siquiera pidió ver su escrito, no solicitó aclaración alguna, directamente se disculpó, renovó educadamente sus promesas de estudio y… siguió su pauta irregular de asistencias esporádicas. Debo indicar que cuando hacía sus ocasionales apariciones por el aula participaba mucho más que la mayoría de sus colegas. Formulaba sus intervenciones de forma positiva pero disparatada, dada la inopia derivada de su habitual incomparecencia.
Un día en que, por casualidad, él estaba presente, me puse a comentar el examen que el grupo había realizado la semana anterior, sobre algunos aspectos de geología. La pregunta de identificación y clasificación de rocas había consistido en una de las preguntas había pasado dos rocas a cada estudiante para que las identificaran y señalaran sus principales características. Comencé a describirlas de memoria:
La roca número 1 era una roca negra, poco densa, rígida pero de aspecto esponjoso,…
Anselmo interrumpió:
La roca que tú dices es un coral.
Traté de responderle:
- Bueno, sabemos de qué roca estamos hablando, la hemos estudiado y la puse en el examen el otro día, cuando no viniste. ahora estoy…
- Es verdad, pero yo sé que esa roca es un
- Creo que no puedes saberlo, no has visto la roca, no he terminado de describ…
- Sí, porque tengo un amigo en Canarias que tiene un coral negro.
Era un tipo duro. Opté por sacar la roca de la caja, una toba volcánica, y mostrarla al grupo.
- Esta roca no es un coral negro. Estamos hablando de una roca magmática, concretamente una toba volcánica.
- Sí, un coral volcánico.
- Mira, Anselmo, las rocas volcánicas son rocas magmáticas, se forman a partir de magma que puede estar a más de mil grados.
Y traté de aportar un dato contundente:
- A esas temperaturas los corales no crían.
Mantuvo el tipo:
- Vale, pero era negro.
Meses más tarde, coincidimos un día en el autobús. Me dijo que ya no vendría a clase porque no le interesaba ahora. Que estaba muy avanzado para su edad (sic) y que había adquirido la costumbre de acudir a clases de tercero de Derecho porque eran las que le gustaban. Me limité a indicarle tan amablemente como pude que para hacer una carrera universitaria debía aprobar primero el bachillerato y superar la PAU, o esperar a cumplir 25 años. Asintió.
No volví a verle.
© Sensio Carratalà Beguer
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