La invasión del escarabajo longicorne[1]
Hace poco releí un breve artículo de James A. Grob que apareció en Scientific American el 24 de febrero de 2003, con el eufónico título inglés “Beetle battle”[2], que puede traducirse en castellano como “La batalla del escarabajo”, no tan eufónico. Trataba sobre el escarabajo longicorne de cítricos y su eliminación. Lo recordaba porque me pareció un texto excelente acerca de un hecho poco común, un relato de éxito sobre una especie invasora que hubiera podido convertirse en una plaga. El artículo ha constituido la base para la redacción de este texto.
El relato del descubrimiento de un escarabajo exótico y las iniciativas emprendidas para evitar una invasión potencialmente muy peligrosa ilustran algunas características importantes de los problemas relacionados con las invasiones de especies foráneas.
Al principio la historia no parece apasionante. Un caluroso día de agosto de 2001, un escarabajo tomaba el sol tranquilamente sobre un enebro. Era un hermoso insecto, negro, con manchas amarillentas, que medía casi tres centímetros de longitud sin contar sus antenas, más largas que el resto del cuerpo. El granjero John Muth contó que al verlo tuvo la sensación de que su presencia era algo muy malo y estuvo tentado de aplastarlo. La historia puede contarse precisamente porque, en vez de hacerlo, lo puso en un tarro y lo llevó a la delegación del ministerio de agricultura más cercana. Era un insecto que no había visto nunca.

Muth era el dueño de Bonsai Northwest en Tukwila, Washington, en la costa pacífica de los Estados Unidos y había sido también el involuntario importador de aquel insecto -que resultó ser un escarabajo longicorne asiático de los cítricos, (Anoplophora chinensis)- recién llegado con algunos ejemplares más, en una partida de 369 bonsáis de arce importados de Corea.
El escarabajo longicorne de los cítricos es primo del temible escarabajo longicorne asiático, detectado en Nueva York por primera vez en 1996 y que en el cambio de siglo ya causaba daños cifrados en decenas de millones de dólares anuales.
El mundo actual dejó ha mucho de ser un ecosistema prístino. El viaje de Colón y el desarrollo subsiguiente de los medios de transporte interoceánicos han permitido la movilidad de personas y mercancías por todo el planeta. El asombroso incremento del comercio internacional de los últimos cincuenta años ha estrechado los contactos entre los puntos de la tierra más alejados más allá de lo que sospechaba la imaginación más desbordada.
Árboles de tierras lejanas crecen en los alcorques de nuestras aceras. Productos hasta hace poco desconocidos procedentes de otros continentes viajan cada día a la tienda de la esquina, a los campos, las granjas y las fábricas periurbanas. No es sorprendente que todo tipo de organismos foráneos hayan llegado ya a cualquier lugar habitado de la Tierra, manifiesta o subrepticiamente, de forma legal o ilegal. Deseados o indeseados, miles de organismos habitan ahora en lugares inalcanzables para sus antepasados durante millones de años. Sin haberlo previsto, la humanidad está realizando el experimento a escala mundial de mezclar seres vivos de todo tipo y de ello ha obtenido los más dispares resultados.
Baste indicar, siguiendo a Grob, que
“Un estudio de 1999 de la universidad de Cornell estimaba que 50.000 especies de las plantas y del animal se han introducido en los Estados Unidos desde la época de Colón -con un coste global en daños y esfuerzos de control estimados en $137 mil millones anuales.”
Y en relación directa con los escarabajos longicornes:
“… Como modernos caballos de Troya, las larvas de China, Corea o Japón pueden ocultarse profundamente en plataformas de madera del envío o en los troncos de árboles. … Incluso en su China nativa, el escarabajo longicorne asiático se ha movido con éxito desde su hábitat original en el este de China a las provincias norteñas, donde ha destruido 80 millones de árboles.
…
El escarabajo longicorne de los cítricos potencialmente representa una mayor amenaza que su primo más famoso -se sabe que ataca 40 especies adicionales de árboles y de arbustos.”
Contra el escarabajo
Estábamos en que John Muth puso el escarabajo en un tarro y lo llevó a la delegación más cercanas del ministerio de agricultura del estado.
A partir de ahí, varias acciones y circunstancias favorables llevaron al éxito. En primer lugar, la respuesta rápida de la institución, derivada de la buena preparación del personal y de la prioridad concedida al hallazgo, catalogado desde el principio como un problema potencial de primera magnitud. A la llegada del equipo a la propiedad de Muth, un segundo escarabajo tuvo la amabilidad de acercarse a la reunión y fue capturado rápidamente. El día acabó con tres escarabajos cautivos mientras que un cuarto escapó a una zona arbolada.
Al día siguiente, revisando la partida de árboles comprada, se hallaron nueve agujeros de salida. Cinco no habían sido detectados y podían haber alcanzado posibles árboles huéspedes. Semanas más tarde se comprobó que uno de los escarabajos capturados era una hembra fertilizada, capaz de poner huevos. La amenaza se concretaba. La inspección de otros envíos llegados a otros puertos, logró detectar una segunda partida con solo dos agujeros, no relacionada con la anterior, que pudo ser controlada con rapidez.
En Tukwila había escarabajos libres. El panel de expertos acordó actuar rápida y enérgicamente para impedir la expansión del insecto. En abril de 2002, el estado concluyó un plan para crear un área circular de cuarentena de un cuarto de una milla (unos 400 metros de diámetro). Los árboles huéspedes potenciales situados a menos de 400 metros del vivero de Muth fueron talados y triturados. Los árboles situados en los siguientes 200 metros recibieron un tratamiento con pesticidas.
Pero ejecutar el plan no fue fácil. Para empezar, no se sabía si había realmente infestación o sólo riesgo. Además, los propietarios afectados situados al otro lado de amplia carretera cercana recurrieron la tala. Y las propias leyes de protección ambiental exigían tramitación que podía ser lenta, porque en la zona había un humedal y un bosque. Fue necesaria la intervención de los tribunales e incluso la participación del gobernador para que la tala tuviera efecto en julio de 2002.
El trabajo debía completarse con inspecciones hasta 2007 antes de declarar el éxito.
“Irónicamente, si no se encuentra ningún nuevo escarabajo, los funcionarios nunca sabrán si los agresivos esfuerzos de control han sido responsables o simplemente la suerte. «La única manera de probarlo sería que encontráramos que no hicimos lo suficiente,» dice con ironía Phillips, el entomólogo del estado.”
Todo este esfuerzo hubiera sido inútil frente a siguientes importaciones de madera con escarabajos longicornes. La nueva regulación exige una larga cuarentena en el país de origen antes de embarcar y la intensificación de las inspecciones.
“En última instancia, John Muth perdió más de $100.000 en árboles y comercio al por menor. Pero él está conforme con su decisión. «Estoy satisfecho con que cortaran.» dice.”
Éxito, trabajo y suerte
Hasta aquí, el relato da cuenta de una historia de éxito. La tentativa de introducción de un insecto foráneo conocido porque causa graves daños a los cítricos y a otros cultivos fue rechazada por la acción concertada del importador y las personas responsables de la oficina del ministerio de agricultura. Es posible calcular los daños que hubiera producido el insecto en caso de prosperar y debe agradecerse sin duda la diligencia, buena voluntad y eficacia de quienes llevaron a cabo las acciones adoptadas. Mención especial merece el dueño de la plantación e importador de los bonsáis que, lejos de silenciar el problema, lo puso en conocimiento de las autoridades y aceptó como necesarias medidas que le iban a suponer en primera instancia un perjuicio económico.
Es verdad que concurren algunas circunstancias harto improbables en esta historia sobre el escarabajo longicorne de cítricos y su eliminación. Muth podría no haber visto el escarabajo, o no haberse fijado en su aspecto, o haberlo aplastado de un pisotón, o haber dejado el insecto en un bote en su despacho sin comunicarlo a las autoridades, que a su vez podrían haber sido menos diligentes. Podría haberse producido la invasión en muchos otros lugares.
Es posible que haya habido mucha suerte. Sin embargo, veinte años más tarde, Washington sigue libre del escarabajo longicorne de los cítricos, lo que dice mucho en favor del seguimiento realizado tras la intervención inicial. Conocido esto, ya no cabe atribuir simplemente el éxito a la suerte. Sería injusto mermar valor al trabajo realizado y a todas las personas que participaron en él. Sigue habiendo importaciones de bonsáis y de muchos otros productos susceptibles de llevar oculta la semilla de una invasión biológica. Una intervención puntual intensiva es mucho más fácil de hacer que un seguimiento constante y eficaz durante muchos años y es en este punto donde fracasan muchos proyectos de protección ambiental.
Es posible considerar el episodio desde otras perspectivas. Algunas de ellas llevan a albergar dudas sobre qué ocurrirá a largo plazo. La situación está actualmente en un equilibrio inestable; sigue habiendo importaciones de productos vegetales que podrían albergar esta y otras especies de insectos, algunos de los cuales podrían causar daños a cultivos y ecosistemas a tenor de lo que se conoce por su llegada a otros lugares. Es necesario mantener las alertas indefinidamente. Una relajación ocasional en la aplicación del protocolo de seguridad podría permitir de nuevo su desembarco. Podría suceder que llegase desde un territorio vecino que también intercambie productos vegetales capaces de albergar especies invasoras[3] pero no haya dispuesto controles eficaces para rechazarlos. Existe un insecto negro con manchas amarillentas que tiene todo el tiempo para volver a intentarlo. Y no es el único.
Hay algo más. En realidad, nunca se sabe del todo qué va a ocurrir cuando una “especie invasora” llega a un nuevo territorio. En Europa vivimos rodeados de “especies invasoras” de todo tipo y la mayor parte de ellas no suponen un riesgo. Plantas y animales fueron traídos a propósito en distintas épocas como recursos agrícolas o ganaderos, o como especies ornamentales. Con ellas llegaron muchas otras como polizones. La mayoría de estas últimas conviven en los paisajes agrícolas y silvestres sin causar daños, más allá de su limitada presencia. Algunas, por el contrario, se han convertido en plagas. Otras fueron introducidas expresamente por servicios de protección ambiental para controlar las plagas, no siempre con éxito.
El estudio de la integración de las especies foráneas, -calificadas a menudo automáticamente con el matiz despectivo de “invasoras”-, en los ecosistemas ha proporcionado muchas sorpresas. Pero eso da para otra historia.
© Sensio Carratalà Beguer
[1] Longicorne significa “de cuernos largos”; en este caso se refiere al aspecto los insectos cerambícidos, caracterizados por sus largas antenas.
[2] https://www.scientificamerican.com/article/the-beetle-battle/
[3] La expresión “especie invasora” tiene diversas e interesantes acepciones. Aquí se refiere a las especies que llegan a un territorio nuevo, se instalan, completan su ciclo vital y se expanden desplazando a especies nativas.
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